EN POLÍTICA, PARTICIPAR MAS Y DESPRECIAR MENOS
«Nuestra sociedad requiere un número significativo de personas con vocación para ocuparse de los temas públicos…»
La actual fragmentación de los partidos tradicionales y la escasa durabilidad de los partidos nuevos se combinan peligrosamente con el generalizado desdén que la sociedad expresa hacia el sistema político.
Existe una imagen arraigada de que la política incluye una porción de ineptos y corruptos superior a la que puede hallarse en otros órdenes de la vida social; algo así como: "Existe una clase política sin mayores prejuicios morales que surge de un pueblo maravilloso", creencia que no tiene el menor fundamento ya que pueden señalarse diversos ejemplos de corrupción o transgresión en ámbitos privados.
Esta combinación de factores adversos a la política y a los partidos introduce preocupación de lo que pueda ocurrir cuando, por ejemplo, un contexto económico no tan positivo como el actual exacerbe la pugna sectorial.
Es visible que las organizaciones de la sociedad civil han ido ganando espacio en la definición de la agenda de los temas públicos tales como la preservación del medio ambiente, la lucha por la transparencia, la búsqueda de la seguridad ciudadana o la defensa de los derechos del consumidor. Y son ellas las que con mayor vigor han impulsado reformas políticas, con énfasis en los aspectos electorales. Por otra parte y en comparación con otras naciones, los diversos sectores que componen la sociedad argentina, aun aquellos vulnerables, tienen una significativa capacidad para organizarse y plantear reclamos sectoriales.
Sin embargo, el reclamo sectorial o la acción de las organizaciones civiles ocupadas de temas públicos continúan fundamentalmente dirigidos al deslegitimado sistema político. Por ejemplo, los reclamos por mayor seguridad, en los que se demanda a los diversos poderes del Estado la adopción de medidas.
Se produce así una paradoja: una buena parte de la sociedad argentina exige soluciones de quienes descree o aun más, desprecia. Por un lado se pide a quienes gobiernan la monumental tarea de enfrentar el desborde de la criminalidad o la ineficiencia en el sistema de salud, pero, por el otro lado, pende sobre ellos la sospecha de que no son capaces, no desean resolver la tarea que se les pide, o simplemente, son parte del problema que se intenta solucionar.
¿Es posible entonces imaginar la existencia de un volumen significativo de capaces y probos involucrados en la labor política y que además sean suficientemente valientes y abnegados para comprometerse en la solución de problemas complejos corriendo riesgos ellos y sus familias y además enfrentando la desconfianza y la desaprobación de virtualmente toda la sociedad? No, simplemente no lo es.
Sin duda, el reclamo de la sociedad es fundamental para despertar a quienes deben resolver problemas centrales, pero no puede por sí mismo resolver problema alguno. Una o varias manifestaciones resaltarán temas, defenestrarán responsables pero difícilmente construirán soluciones. Las organizaciones de la sociedad civil elaboran y sugieren propuestas, pero en la medida que sea preciso el poder del Estado para aplicarlas, no están en condiciones de llevarlas a cabo a menos que se transformen en partidos políticos.
Pretender que la acción estatal sea el resultado de una presión ejercida "desde afuera", digamos a los empujones, por sectores de la sociedad civil es simplemente absurdo y muy peligroso para una democracia. También lo es transformar al apoliticismo en un principio valorado.
Claramente entonces nuestra sociedad tiene enormes dificultades para generar partidos políticos con capacidad para resolver problemas que afectan al conjunto de la ciudadanía, pero la solución a los complejos problemas que afectan a nuestra sociedad requiere un número significativo de personas con vocación para ocuparse de los temas públicos, personas que se organicen para convencer sobre las propuestas que elaboraron a partir de ciertos ideales que comparten, personas que se esfuercen para recibir el apoyo popular y quieran dirigir las instituciones estatales, personas que busquen respuestas a los principales problemas colectivos, las encuentren y las lleven a la práctica desde el Estado; en definitiva, personas decididas a hacer política y organizarse en partidos políticos. No se trata de grupitos de gente buena apostando casi exclusivamente a la presencia mediática la que encontrará las respuestas necesarias, sino un conjunto significativo de gente con vocación por lo público participando en la construcción de organizaciones políticas amplias y sólidas, bastante diferentes de los aparatos exclusivamente clientelares o electorales que predominan en los escenarios partidarios.
Es preciso que evitemos la soberbia de creer que podemos inventar una democracia sin partidos aunque no haya antecedente alguno que avale esta pretensión y es de esperar que hayamos aprendido de las terribles consecuencias de procesos que en 1966 y 1976 vinieron a acabar con las "corporaciones políticas". Las soluciones están en mejores partidos y por ende en mejor política; en más gente que decida el sacrificado esfuerzo de renovar partidos existentes o crear nuevos; de muchas organizaciones sociales, sistemas escolares y medios de comunicación que insten a valorar y participar de la política en lugar de despreciarla o ridiculizarla, de más gente que esté dispuesta a dejar la comodidad de la intimidad para involucrarse en la solución de los problemas más importantes de todos.
Sin esto, serán de escasa utilidad las reformas que sólo apunten a aspectos necesarios aunque secundarios, como la modificación de las listas sábanas o el mejor control de los gastos de campaña. Sin revalorización de la política no nos libraremos del riesgo de que nos gobiernen los inescrupulosos.
* Publicado En Clarín. Edición impresa. Miércoles 24. Sección Opinión.